El analfabetismo informativo que
tenemos en este país es asombroso. Nos atrevemos a sentirnos pequeños
periodistas haciendo crónicas basadas en las noticias que recibimos de nuestra
vecina del 4º, cuando bajábamos la basura. Damos cualquier información como buena
sin preocuparnos siquiera de leer un periódico, no sea que nos saque de nuestra
verdad absoluta. Estamos ávidos de populismo y cualquier relato sesgado se
vuelve absolutamente real si eso nos va a dar un pequeño momento de gloria o
los vítores de nuestros amigos, conocidos, seguidores.
Intentamos convencer a los
científicos que lo mejor para la fusión fría son un par de cucharaditas de cola
cao, como dice la tía del primo de un amigo.
Y si algunos se asombran de nuestra ocurrencia defendemos nuestra ridícula
desinformación… hasta la muerte si hace falta.
Somos unos incultos y nos gusta. Sabemos lo que es un fuera
de juego pero no tenemos ni idea de la política de exportación de la comunidad
europea, ni de sus leyes ni de cómo funciona nada… pero eso nos da igual, no?
Lo que nos importa es lo que nosotros creemos y esa creencia, sea válida o no,
real o no, es la que cuenta.
Y cuando a alguien se le ocurre intentar sacarnos de nuestra
vaguedad queremos aparentar que nuestra “información” es sólo una opinión, con
los cual, pasamos de ser unos desinformados a ser unos obtusos, que no sé yo
que es peor.
Porque, para nosotros, es mucho
más válida la información que nos da el señor que nos encontramos en un bar,
después de tomarnos unas cervezas, que la de la comisaria europea de Justicia…
¿que sabrá esta mujer de los marcos legales que nos amparan? Como reza el
refranero popular… los borrachos siempre dicen la verdad ¿no?
Que tristes somos.